Lo que más Odio del Amor (primera parte: Marcos)
por Angélica Bárcenas León
Gina. La hermosa Gina. La distraída y coqueta Gina. Cómo olvidar esa cara bonita, de ese cabello en coletas y de esa sonrisa tan angelical. La niña bonita tenía como nombre: Gina. La recuerdo tan bien como si ayer hubiera sido el día en que me enamoré de ella. Yo tenía, al igual que ella, unos simpáticos y hermosos 4 años cuando ella se convirtió en mi primer amor. Recuerdo el día en que llegué a la escuela, en que extrañaba la mano de mi madre. Me acuerdo de ese primer día. Todos mis compañeros me veían como si trajera los calzones en la cabeza y tuviera pies muy peludos, ya que me recorrían todo el cuerpo con una mirada de curiosidad. Recuerdo que ese día mi madre me mandó un emparedado de cajeta. Recuerdo que me lo comí solo en el rincón. La primera probada la disfrute y por un momento me sentí en un mundo que conocía, al segundo, abrí los ojos y vi que delante de mí se paró una niña de tés blanca y con un cabello tan negro como el iris de los ojos de mi madre. Me quedé con el bocado en mi boca y con los ojos de plato, ella sólo me sonrió. Segundos después, ella me tomó de la mano y me dirigió donde estaban los demás niños jugando a las escondidas. Recuerdo que fue mi primer juego de escondidas, así que me escondí bajo la resbaladilla morada con esa niña. En ése momento acercó su boca a mi oído derecho y puso su mano, como para que no escuchara nadie más que yo. “Me llamo Gina y me gusta ser tu amiga.” ¡Wow, una amiga, mi primera amiga! En ese momento sentí cosquillas en mi nuca y pensé que era lindo tener a una amiga, tal vez pensaba de esa manera porque no solo era mi primera amistad en mi vida, sino que también fue la primera mujer que no era de mi familia en dirigirme una palabra.
“¡Mira mamá, Marquitos está enamorado!” Eso fue lo que gritó mi hermana al ver un dibujo de Gina conmigo jugando a las escondidas. La verdad no sabía qué significaba el término enamorado, pero sonaba algo de burla. Lo entendí cuando mi mamá veía por la televisión una telenovela en donde el hombre le daba flores a una linda mujer y le daba un beso seguido de una sonrisa. “Ahh. Eso es amor.” Al oír a mi mamá decir esa palabra me di cuenta de que si eso era amor, yo “amor” a Gina, claro así lo descifraba. Un buen día decidí imitar al hombre de la novela y tomé la flor más bonita de las macetas de la vecina para llevársela a Gina y decirle que si quería “amarme”. Cuando llegué y la vi me di cuenta de que mis rodillas eran unos cascabeles y que la veía con algo que le decían nervios. A la salida me le puse enfrente con la flor un poco ahogada de tanto que la apretaba entre mis dedos, se la entregué y le dije tartamudeando “Es para ti Gina, ¿Quieres amarme?” La niña me vio con unos ojos fríos y de pena. A continuación me entregó de nuevo la flor y con la frase más fría que recuerdo de mi infancia me dijo: “Toma, no la quiero. Yo no siento amor por ti, somos niños.” Me dejó ahí parado y recuerdo que toda una semana lloraba por no ir de nuevo a la escuela, le ponía lloriqueos y excusas muy tontas a mi madre, me refugiaba en el rincón del patio con mi sandwich y sólo a lo lejos observaba. En esa semana supe lo que era amor, y al mismo tiempo aprendí cómo se siente que no te amen a ti. Lo que más odio del amor es no ser correspondido, pero no odio a esa dulce niña, solamente por ser de la primera que me enamoré.
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