Abril 20,2010
Abrir. Cerrar. Abrir de nuevo. La puerta; la ventana; los ojos. Veo el resplandor de la mañana obscura en mi cara, ver que no hay vida despierta más que la mía. Ver que no sirvió de nada dormitar por trabajos que no tienen destinatario seguro. He resuelto que me gusta trabajar para olvidar el mundo verdadero. olvidar que existe el presente. Al ver por la ventana, teniendo un cigarro en la mano pienso de tantas cosas que me he perdido por sólo enfocarme un objetivo barato. Al inhalar ese humo tan natural, me provoca dolor saber que no conozco ni a mi propia persona. Al exhalar, me doy cuenta que sólo he pensado en no quedarme sola en ésta vida, lo cual me lleva a ver a mi alrededor, y ver, que en verdad, siempre lo he estado. Cada día pienso más en cómo sería un futuro como empresaria, más que como artista. No puedo imaginarme socializando hipócritamente con la vida y millones de personas que sólo me interesa que me den honorarios.
La luz diurna y ver a los vecinos de la casa dúplex me recuerdan a mi niñez, fueron años alegres, no me quejo; al contrario, quisiera volver a ella. Quisiera volver a hablar de cosas sin sentido con mi familia, de cosas que sólo nos importaban a nosotros, el mundo parecía tan grande para mí. Las decepciones cada día van creciendo, pero nadie me hace ningún mal, ni tiene el tiempo como planear hacer algo en mi contra. La única que pone los límites más allá del horizonte es mi imaginación; la misma imaginación que me lleva a hacer proyectos imposibles, o al menos fáciles para encontrar mis sentimientos reprimidos. Hace unos años. Hace un año que los reprimo. No extraño a la persona…extraño desahogarme. Pero parece que persona exacta no hay, más bien se divide en muchas.
Todas las mañanas yendo en mi nave de colores del mar, me fijo en lo claro que es el cielo, en lo blancas que son las nubes, en lo amargadas que son las caras laborales, en los desayunos sin vida y las palabras que se quedan en el aire. Al salir a caminar por el pasto y sentir el peso de mi bolso con sorpresas me acuerdo tanto de lo que era no cargar con una conciencia, que más llena de negros pensamientos, llena de pensamientos que ni si quiera en mi imaginación son creíbles. El pasto recién rociado a las seis de la mañana me recuerda esa noche de pocos meses en que te vi, en que me viste, en que sabíamos que no éramos amigos, que ni lo intentamos ser. Una noche en que todo pareció tan rápido que no se volvió a repetir. No creo en señales, pero sé cuando no hay progreso, solo fue una noche de copas, una noche mágica, una noche utópica.
Saber porque pierdo mi tiempo descifrando un rompecabezas del mismo aire, el piano de mi conciencia recuerda qué es estar en el pasto, despreocupada, con una vida sin sentido, pero feliz. Pensándolo, sigue sin sentido, pero no tengo una razón por la cuál estar feliz mucho tiempo. Me he hecho adicta a las cosas dulces, tal vez por la amargura que me traen las tardes en estar sentada en la sala viendo las hojas caer, y no recibir ni un mensaje, ni un susurro, ni una llamada, ni un grito, ni un anhelo, ni un recuerdo. He llegado a la conclusión de que en ésta noche, los fantasmas existen, pero no los tuyos, sino de los mi vida rondando en la cocina, en la sala, en el jardín, en la terraza; fantasmas de un pasado que no recuerdo.

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